jueves, 26 de febrero de 2015

Cantar la Historia

Entre todas las posibilidades de expresión elegí cantar, no se si existe un porqué, en mi casa, durante mi niñez, lejos estaba la posibilidad de hallar entre los objetos cotidianos un instrumento musical. Crecí prácticamente aislado del mundo de la música, salvo por algún que otro "cassette" de mi padre o de mis hermanas y hermanos, con grabaciones del más variado repertorio del momento, desde tangos hasta rock, pasando por supuesto por infaltables melódicos en diversos idiomas. 
Más adelante fui moldeando mi propio gusto que,  como no podía ser de otra manera, estuvo relacionado al consumo radial de la época, el resurgimiento del rock nacional de los 80 fue la banda sonora de mi adolescencia. Más tarde que temprano comencé a tocar la guitarra y a cantar, en principio repitiendo lo escuchado de otros guitarreros, luego copiando mis propias elecciones musicales y finalmente encontré en la canción una forma de decir, de una manera inteligente y sin interrupciones, lo que pasaba por mi cabeza. 
Así fue que conocí la trova y sus referentes más destacados, Silvio, Pablo, Santi, Vicente, etc. Me pelé los dedos tratando de acercarme amargamente a esas exquisitas interpretaciones de esos genios de la música y entre guitarreada y guitarreada me hice un estilo propio, zurdo y desafinado, pero con-cierto-sentido ideológico, que escapaba de partidismos políticos, pero siempre se acercaba a las vivencias del quienes me rodeaban que, como todos saben, suelen ser habitantes de clase trabajadora, cuando no excluidos del sistema sin futuro cierto. 
Lo concreto es que con el paso del tiempo, nuevas inquietudes musicales fueron surgiendo, como la posibilidad de escribir lo propio, que de a poco fue llegando, en principio solo, luego de la mano de amigos, para encontrar entonces una nueva forma de "decir", más cercana, más propia, con más elementos locales, una canción nuestra, que se transforme en espejo de nuestra comunidad. 
El pseudo oficio de cantor-trovador me fue llevando por diversos caminos, hasta que hace pocos días me topé con un personaje, uno de los tantos que tiene esta bendita tierra, lleno de historias, de conocimiento, de recuerdos, en definitiva, lleno de "cultura". El Achima Sierras, un entrañable tipo, desconocido hasta el momento para mí, pero que pienso apropiármelo y sumarlo a las filas de mis cuates, me habló en un asado entre amigos, mientras charlábamos acerca de un proyecto cultural independiente, de Armando Tejada Gómez. Si bien yo había escuchado nombrar a ése poeta, nunca hasta ahora me había detenido a profundizar sobre su biografía y su obra. Con asombro descubrí nuestras coincidencias ideológicas en su "Manifiesto del nuevo cancionero" y terminé de emocionarme al verlo recitar su poema "Hay un niño en la calle", recientemente popularizado en parte por Mercedes Sosa y calle 13.  
Una vez mas, un destello de felicidad me abordó al ver que, como en otras ocasiones, me encuentro en el otro, me identifico con su pensamiento, con su obra y recargo mis energías en esa coincidencia, para seguir el camino...

Hay un niño en la calle...

A esta hora, exactamente,
hay un niño en la calle.
Le digo amor, me digo, recuerdo que yo andaba
con las primeras luces de mi sangre, vendiendo
un oscura vergüenza, la historia, el tiempo, diarios,
porque es cuando recuerdo también las presidencias,
urgentes abogados, conservadores, asco,
cuando subo a la vida juntando la inocencia,
mi niñez triturada por escasos centavos,
por la cantidad mínima de pagar la estadía
como un vagón de carga
y saber que a esta hora mi madre está esperando,
quiero decir, la madre del niño innumerable
que sale y nos pregunta con su rostro de madre:
qué han hecho de la vida,
dónde pondré la sangre,
qué haré con mi semilla si hay un niño en la calle.
Es honra de los hombres proteger lo que crece,
cuidar que no haya infancia dispersa por las calles,
evitar que naufrague su corazón de barco,
su increíble aventura de pan y chocolate,
transitar sus países de bandidos y tesoros
poniéndole una estrella en el sitio del hambre,
de otro modo es inútil ensayar en la tierra
la alegría y el canto,
de otro modo es absurdo
porque de nada vale si hay un niño en la calle.
Dónde andarán los niños que venian conmigo
ganándose la vida por los cuatro costados,
porque en este camino de lo hostíl ferozmente
cayó el Toto de frente con su poquita sangre,
con sus ropas de fé, su dolor a pedazos
y ahora necesito saber cuáles sonríen
mi canción necesita saber si se han salvado,
porque sino es inutil mi juventud de música
y ha de dolerme mucho la primavera este año.
Importan dos maneras de concebir el mundo,
Una, salvarse solo,
arrojar ciegamente los demás de la balsa
y la otra,
un destino de salvarse con todos,
comprometer la vida hasta el último náufrago,
no dormir esta noche si hay un niño en la calle.
Exactamente ahora, si llueve en las ciudades,
si desciende la niebla como un sapo del aire
y el viento no es ninguna canción en las ventanas,
no debe andar el mundo con el amor descalzo
enarbolando un diario como un ala en la mano,
trepándose a los trenes, canjeándonos la risa,
golpeándonos el pecho con un ala cansada,
no debe andar la vida, recién nacida, a precio,
la niñez, arriesgada a una estrecha ganancia,
porque entonces las manos son dos fardos inútiles
y el corazón, apenas una mala palabra.
Cuando uno anda en los pueblos del país
o va en trenes por su geografía de silencio,
la patria
sale a mirar al hombre con los niños desnudos
y a preguntar qué fecha corresponde a su hambre
que historia les concierne, qué lugar en el mapa,
porque uno Norte adentro y Sur adentro encuentra
la espalda escandalosa de las grandes ciudades
nutriéndose de trigo, vides, cañaverales
donde el azúcar sube como un junco en el aire,
uno encuentra la gente, los jornales escasos,
una sorda tarea de madres con horarios
y padres silenciosos molidos en la fábricas,
hay días que uno andando de madrugada encuentra
la intemperie dormida con un niño en los brazos.
Y uno recuerda nombres, anécdotas, señores
que en París han bebido
por la antigua belleza de Dios, sobre la balsa
en donde han sorprendido la soledad de frente
y la índole triste del hombre solitario,
en tanto, sus señoras, tienen angustia y cambian
de amantes esta noche, de médico esta tarde,
porque el tedio que llevan ya no cabe en el mundo
y ellos son los accionistas de los niños descalzos.
Ellos han olvidado
que hay un niño en la calle,
que hay millones de niños
que viven en la calle
y multitud de niños
que crecen en la calle.
A esta hora, exactamente,
hay un niño creciendo.
Yo lo veo apretando su corazón pequeño,
mirándonos a todos con sus ojos de fábula,
viene, sube hacia el hombre acumulando cosas,
un relámpago trunco le cruza la mirada,
porque nadie proteje esa vida que crece
y el amor se ha perdido
como un niño en la calle...

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