martes, 4 de agosto de 2015

Un elefante se balanceaba...

Alguna vez leyendo a Michel Foucault descubrí deslumbrado la relación que él postulaba entre el mecanismo de la confesión, tal y como se la concibe en los ritos católicos, con el Psicoanálisis

De algún modo esa noción me permitió “normalizar” una relación de poder a la que percibía como asimétrica y de poder entre terapeuta y paciente. Me tranquilizaba de algún modo saber que mecanismos sociales tan arcaicos se repetían con nuevos ropajes. Finalmente me satisfacía formar parte de aquellos capaces de desenmascarar modos naturalmente aceptados por la sociedad garantizados por el aval de la fe o de la ciencia.

No tengo aún muy claro que tipo de zozobra introdujo en mí el ver la película canadiense (qué buen cine está viniendo de allí) The Elephant Song (2014) en relación a esas certezas.




De lo que si puedo hablar es de la limpieza de las tomas del film que remarcan su origen teatral, de los exteriores equilibrados y no excesivamente románticos (en el sentido literario del término, o sea el del tópico según el cuál la naturaleza debe “reflejar” el estado de ánimo del relator o el protagonista), de los interiores hospitalarios que combinan la asepsia de los corredores y enfermerías con el medido lujo de los consultorios (toda una metáfora de la estratificación institucional de los saberes y poderes asignados a unos y otros).

O de los primerísimos planos que remarcan una actuación desbordante de Xavier Dolan y unas muy medidas y no por eso menos dramáticas de Bruce Greenwood y  Catherine Keener.




También podría contarles de la acertada estructura elegida para el guión, mezcla de investigación a lo policial inglés, duelo psicológico a lo western, lacanianos juegos entre significante y significados y thriller a lo Hitchcock. Todo un trago.

De lo que no puedo contarles es como esas matrices combinadas, la de la confesión, investigación y poder que se juegan en una relación terapéutica terminan en el film restañando heridas.

Tampoco podría contar en que momento Charles Binamé me hizo pasar esa puerta que se presumía me llevaría al territorio acogedor de “la verdad” y en cambio me enfrentó a la posibilidad de restañar heridas de viejos fracasos a pesar y más aún a causa de uno nuevo.




No podría afirmar que se trata de un gran film. No dudaría en decir que es uno que da mucho más de lo que ofrece.

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